Sacrificio by Martínez María

Sacrificio by Martínez María

autor:Martínez, María [Martínez, María]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Titania
publicado: 2021-03-16T00:00:00+00:00


31

Sarah echó a correr como alma que lleva el diablo, mientras se preguntaba qué clase de locura la había llevado a escapar y sentenciar de ese modo su vida.

Cuando Emerson le pidió que preparara café, ella le hizo notar que se habían quedado sin agua. La envió al río de inmediato, sin nadie que la vigilara. Ni siquiera se paró a pensar en lo que hacía. Tomó una botella y se encaminó al arroyo. Pero no se detuvo allí, sino que continuó corriendo.

Podría haber tomado cualquier dirección. Había conseguido algún dinero, suficiente para un billete de autobús que podría llevarla lejos de allí, de Emerson y su grupo de psicópatas. Sin embargo, no lo hizo.

Alcanzó la orilla del lago y continuó corriendo sin detenerse, con la sensación de que escapaba de un agujero peligroso para lanzarse sin cuerda a otro mucho peor. Algo inexplicable en su interior la empujaba a hacer estupideces, como ir al encuentro del híbrido por el que perdía la capacidad de hablar para intentar salvarle la vida, y que no dudaría en matarla a la menor oportunidad.

A través de los árboles distinguió la casa. Había luces encendidas en el interior.

Apretó el paso. Su respiración se asemejaba más a los estertores de un moribundo que a la de una joven sana. Sentía el sabor de la sangre en la boca, tan seca que los labios se le habían agrietado. Un líquido caliente escapó de su nariz. Lo notó resbalando por la comisura de su boca hasta la mandíbula. Había forzado demasiado su cuerpo para llegar hasta allí y casi se derrumbó al pisar el primer peldaño del porche.

La puerta se abrió de golpe y Adrien apareció en el umbral.

Sarah no lo creía posible, pero al verlo su corazón empezó a latir con más fuerza. Tras él, Kate se asomó por encima de su hombro.

—¡¿Tú?! —exclamó Adrien.

Su mano voló hasta la daga que escondía bajo su camiseta. Kate reaccionó a tiempo y se la arrebató de las manos.

—¿Qué haces? —lo reprendió.

Sarah cayó de rodillas.

—Van… a atacaros. Ya… ya vienen —resolló.

Kate empujó a Adrien a un lado y se agachó junto a la chica. Vio que había sangre empapando la lona de sus zapatillas rotas.

—¿Cuánto llevas corriendo?

—Muchos… kilómetros. A través del bosque —jadeó.

—¿Qué quieres decir con que van a atacarnos? —gruñó Adrien. La agarró sin miramientos de un brazo y la puso de pie a la fuerza—. ¿O es otra de tus tretas? Ya nos la jugaste una vez.

—No es una treta.

—¡Y un cuerno!

Kate apartó a Adrien y lo obligó a que la soltara.

—Tranquilízate —le ordenó. Se acercó a Sarah y con una mano en su cintura la ayudó a sostenerse—. Vamos adentro. Te daré un poco de agua y me contarás por qué estás aquí, ¿vale?

—De eso nada. Se larga o le rebano el cuello —gruñó él.

Kate ardía en deseos de agarrar el macetero que había sobre la repisa de la ventana y estampárselo en la cabeza.

—Es mi casa y la acogeré si me da la gana —replicó en tono severo.



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